sábado, 19 de junio de 2010

Empezando el duelo

Soñé que me lo dejabas a Otelo para que te lo cuide.
Y que iba por la calle con él y de repente pasabamos por un pasaje.
Aparecían 2 perros muy grandes también negros, y con dientes afilados.
Otelo salía corriendo y se escabullía entre la gente.
Yo desesperada empezaba a pedir atención para encontrarlo.
Que alguien me ayude a buscarlo, que el gato no es mío y no se me puede perder!
La gente que estaba por allí (eran una familia muy numerosa
que empacaba sus cosas en muchos autos porque se estaban por ir de viaje)
me mostraban diversos gatos negros. Pero no eran negros por completo.
Tenían una manchita blanca por un lado, pelo más largo,
o algo de otro color por otro.
Hasta que aparece uno que todos pensamos que era el que yo buscaba,
pero no tenía ojos verdes y gigantes como tiene Otelo.
Así que, pese a que la gente no me ayudaba más
suponiendo que el gato ya estaría muerto,
yo seguía buscando.
Decido bajar una escalera, para retomar el camino andado.
Pero veo que entre uno de los escalones se asoma una serpiente,
y del miedo, subo de nuevo rápido.
Ahora sí que estaba paralizada.
Necesitaba bajar esa escalera para poder encontrar al gato.
Pero mi miedo hacia la serpiente era atroz.
Viene un muchacho, me mira y sin entender mucho la situación
me alza y me baja por un costado, esquivando por completo a la serpiente.
Sigo caminando sola, entro en una casa,
que llamativamente era igual a la casa de mi papá,
la casa en la que me crié y pasé la mayor parte de mi vida.
Y empiezo a revolver, ya que a causa del viaje estaba todo embalado.
Seguía encontrando gatos de otros colores.
Gatos que no eran el que yo estaba buscando.
Viene el dueño de la casa y para que no piense mal, le explico,
que se me perdió el gato de un amigo muy querido,
y que sino lo encuentro me va a matar,
¡Cómo podía ser que yo haya perdido su gato!
Y como referencia le digo, que soy la hija del señor del taller de marcos,
que tiene el negocio allí de toda la vida, que probablemente lo conociera por estar en el mismo barrio y tener casas idénticas.
Además le manifiesto mi hipótesis, de que el gato, Otelo, del miedo,
se debía haber agazapado en algún huequito
y que seguro estaba ahí, del tamaño más pequeño posible, esperando ser encontrado.
Después de levantar frazadas, mover ropas y abrir cajones, lo encuentro.
En una especie de estantería muy pequeña, tapado con una remera.
Me mira con sus ojos verdes y enormes, y me deja que lo alce y me lo lleve.
Tanta fue mi tranquilidad por haber cumplido mi objetivo que me desperté.

miércoles, 16 de junio de 2010

Que nos enredamos

Me llamaste, te llamé.
Que voy, que no vengas.
Vení.
Llegué, charlé, escuché.
Comí, me reí, te esperé.
Me aburrí y chateé.
Me enojé.
Subí, no hablé.
Que te pasa algo,
que no, que sí.
Que no me dijiste,
que te digo.
Que ahora no quiero hablar.
A dormir.
Me abrazaste, te abracé.
Lloré, Lloré y Lloré.
Me dormí.
Te fuiste, te abracé y dormí.
Me fui, dormí más.
Me escribiste.
Te escribí
Y te extrañé.


No lloré más,
pero sigo triste.
Te quiero hablar,
te quiero decir.
Algo te dije ya.
Pero no está claro,
no del todo,
no como me gusta a mí.
Así no...
o así si?
No sé cómo quiero seguir.
Tengo miedo.
Miedo de que no estés más.
Miedo de sufrir con vos.
Miedos míos, cosas mías.
Pero vos que no hablás.
Y yo que no entiendo.
O que no quiero entender.
O que entiendo lo que quiero.
Yo te quiero,
ya lo sentí.